domingo, 21 de abril de 2013

SEGUIMOS PERDIENDO

Los nombres protagónicos de esta historia han sido modificados para mantener a flote el honor y la dignidad de los respetables involucrados, en caso de que les quede algo. Relámpago S.A. no se responsabiliza por las intrincadas suposiciones que levantes sobre los hechos y los personajes reales.




Después un repaso colectivo -del que fui animoso partícipe-,  sobre las  narraciones fantásticas, barrocas, con que las firmas de comunicación satelital más lucrativas del país -lideradas por Emilio Azcárraga y Carlos Salinas Pliego respectivamente-,  inundaron los hogares mexicanos durante los últimos cuatro sexenios, la calurosa  y primaveral tarde de abril a la que me referiré, prometía los jardines de las delicias o poco menos.


AAAAUUCCHHHH

 Paralizadora de tráfico

Preparábamos nuestros espíritus para recibir los frutos de la clausura semanal, cuando El tío, La promesa y yo, famélicos,  apuntamos nuestros destinos hacia aquella cocina rústica instalada sobre la avenida Rancho seco.

Confusos por la tertulia de los comensales, La promesa y yo ordenamos  tortillas gruesas, rellenas con cerdo prensado, acompañadas por famoso derivado lácteo del estado que vio nacer al bolerista admirado por su servidor. El tío optó por el platillo tradicional, alto en sebo, cuyo nombre  evoca a los personajes representados en la obra  de renombrado artista colombiano.





Inauguramos el atascón de carbohidratos, aderezado con un cándido relato acerca de mi infructuosa relación, durante mis años como bachiller, al lado de una mujer de poca edad e ideas cortas, -trunca estudiante de Arquitectura, adepta de las vanguardias del momento-, y que, por las  zigzagueantes rutas de la voluntad creadora, concluyó bajo el tormento de la afrenta personal.

...me invitó sólo para que Oscar entendiera que no estaba interesada en él, no porque me quisiera. Pobre cabrón, mirándola como perro. Ella, maquillada por el desprecio y la caridad, nomás se horrorizó ante el calzón chino que O. ejecutó sobre su amigo, minutos después.  Y yo, mirando a las hermosas muchachas del billar, reducido por el monstruo que acompañaba...   

Imposible anticipar lo que seguiría: engullía la garnacha mientras confesaba los ridículos detalles sobre mi amorío con A., cuando fui sorprendido por esa especie de rosca de reyes de la grasa que, como la tradición exige,  ocultaba  muñeco.

Iracundo pero hambriento, removí  el filamento sin los ademanes de un comensal ofendido. 

¿Cómo expresar la inmundicia escondida en un bocado? Tras descubrirse el ignominioso cabello,  prisionero de la tortilla, interrumpimos el banquete.  Silencioso se tornó aquel páramo; distante ya, se encontraba el final de la historia, verdugo de mi pasado. Intenté terminar la quesadilla, pero apareció un segundo niño dios en forma de mechón.

Encendido por la repugnancia, aun amable, señalé a mi cobradora las evidencias de ADN que la cocinera olvidó, a propósito o no, en mi alimento.

-  Señora, tenga más cuidado -declaré.
-  Cuando sea así, avísame y te preparo otra, pero no me hables en ese tono -respondió.
-  El tono crucifica -añadió filoso La promesa.

Caminamos aturdidos, con la carcajada fácil. Jamás comeré allí otra vez. Asco melancólico.

De nuevo en el cuartel de operaciones, ágora del pensamiento inefectivo, la temática iba y venía sobre nuestro nervio más susceptible: las mujeres.  Intercambiamos bromas de alto calibre, aforismos venenosos, añoranzas perdidas, brutalidad pretenciosa y sin relleno, lujuriosas anécdotas  cuya vitalidad sigue vigente:  

Empezamos generando y después se olvidaron de nosotros. Salimos borrachos de aquel aburrido bar, con un par de besos encima de aquellas escandalosas muchachas. Daniel condujo hasta las estaciones del tren ligero sobre avenida Tlalpan, motivado por las cervezas. Nadie tenía ni puta idea de dónde estábamos, pero ellas iban divertidísimas, casi eufóricas. La conversación centrada en el lesbianismo. De pronto, Claudia se pasa al asiento del copiloto ocupado por mi prima, comienza a besarla y sentada en sus piernas, acaricia sus pechos, mete la mano por debajo de la blusa. Somos testigos mudos de su maestría para manipular el seno de mi prima: juega con el pezón, lo aprieta, sin la brusquedad que caracteriza la prisa del hombre, lo levanta y devuelve al lugar que la gravedad le otorga. Mi prima lleva su mano hasta el culo poco destacable de su amiga,  y recorre su espalda y reproduce el método de Claudia sobre sus  tetas.  Consciente de las probabilidades,  Daniel el astuto, el gran matemático del clan,  aminora la marcha del automóvil hasta detenerse. Todavía puedo ver como jaló el freno de mano con una seguridad tan graciosa, en la calle vacía, sin iluminación, frontera entre la zona industrial y la residencial,  con un oxxo a veinte metros. Las miradas cómplices, asintiendo, sonrientes,  deseando dar un chapusón sobre aquella alberca de perversión. Mi prima, detiene su lengua, que abrazaba la de Claudia, para decirnos:
- Mmm le seguimos  pero, consigan  unas chelas, ¿no? 
 Gallo, que no se percató de la tienda de conveniencia a media calle, le contestó:  
- No mames, ¿de dónde vamos a sacarlas? 
Corté de inmediato su  intervención y le indiqué, con la precisión más adecuada: 
- ¡Bájate, cabrón! ¡en chinga!, ¡órale! Ahí está tu tienda. Estás viendo y no ves. Cámara pendejo... 
Regresamos bajo una prisa cruel,  ya que dimos por sentado que Daniel estaría generando, robando nuestra parte del botín. Para nuestra sorpresa, abordamos el auto y ambos platicaban. Daniel era experto en conversar, pero puras pendejadas. Entregué una lata de cerveza a cada una y castigué al conductor. Escuchamos el escape de los gases, mi prima derramó  un poco de cerveza sobre su blusa, comenzó a reírse, miro a Claudia y todavía con la sonrisa dibujándose, la besó.  El resto dio los tragos correspondientes. 
- Quítense las blusas - ordenó Daniel, que no obtuvo respuesta.
Por un momento pensé que mis amigos, en caso de ver su libido sin correspondencia,  tomarían medidas violentas. Continuaron el manoseo, con los dedos como falos improvisados. A Gallo le dije: quítate la playera, para que cuando abran los ojos y comience nuestra interacción, estemos en sintonía con el momento. No se quitó nada y la estrategia fue meterles mano progresivamente. Mi prima no mostró resistencia, pero Claudia removió mi mano de su pecho casi en automático. Gallo hizo lo propio y recibió  un molesto pellizco. Estupefactos, nos preguntábamos con mímica vergonzante ¿qué chingados está pasando?
Entre gemidos privados,  avanzó la siguiente media hora. Gallo documentaba con su teléfono móvil,  sin entusiasmo, como mero trámite.  Daniel y yo entablamos una conversación política. Ellas simulaban la posición erótica conocida como cowgirl o vaquera, con Claudia en el papel del señor de los rumiantes, con sus respectivos dedos incrustados dentro de mi prima.
Cuando la función terminó, emprendimos la marcha de la derrota hasta el bar en la colonia Roma, frente a la sede brasileña de secta cristiana, otrora teatro Silvia Pinal, en que mi tía se encontraba. Gallo y Daniel regresaron al nido. Mi prima y Claudia saludaron a la amiga de mi tía, mientras ella me solicitaba 300 pesos prestados para completar la cuenta. 
Como no  llevaba efectivo conmigo, le dije que necesitaría un cajero automático. Mi prima acordó que Claudia me acompañaría y fue cuando dije para mis adentros: llama más temprano.
El tiempo malgastado en el auto, se lo cobré caro. Traté de emular aquella maestría sobre sus senos.  Al parecer, Claudia era una mujer conservadora de la época (supongo que en la actualidad sus costumbres habrán cambiado)  que mantenía sin podar el jardín de su rincón sagrado, aunque nada de eso importaba en mis atrabancadas embestidas manuales. 
De vuelta en el bar, mi tía coqueteaba con uno de los meseros que, meses después, se convirtió en su novio y actual pareja.  Pero entonces era tan sólo un mesero que amablemente aguardaba el pago para ir a casa. Para suavizar mi espera, les obsequiaron cervezas de cortesía, seis en total. Le entregué el dinero, se despidieron, mi prima casi se enreda con otro mesero, pero mi tía impuso su calidad de madre para largarnos hacia la casa de un amigo de mi prima, cerca de la estación patriotismo.
Entonces yo tenía 18 años, trabajaba como operador telefónico,  sin la preparatoria concluida. Mi tía obligó a Claudia para que me besara mientras nos tomaba una foto, que meses más tarde, mostró a mi madre. El camino estuvo lleno de paradas obligadas por los esfínteres incontinentes de mi tía, su hija y sus respectivas amigas. 
En el apartamento, los anfitriones permanecían como si nada, bebiendo a las 5 de la madrugada, a la espera de 4 borrachas  y un desconocido.  Celebraron su llegada y las mujeres se incorporaron rápidamente al whisky que los jóvenes ofrecieron. Yo preferí la botana para evitarme una resaca odiosa para el día siguiente.
Claudia y mi prima fueron invitadas a la casa de amigos que no se encontraban en el edificio, en Valle de Bravo. Me extendieron la invitación, pero tenía que trabajar.
- Si vienes con nosotras a valle, te prometo que cogemos, pero estaré la mayor parte del tiempo con el güey que me gusta, espero no te importe -me indicó Claudia al oído. 
 Salí a tomar aire y me encontré a la amiga de mi tía con el pantalón en los talones, mientras intentaba orinar. 
- Ay mijo, hola, ¿cómo estás? 
Regresé al apartamento preguntándome qué hacer con Claudia y mi trabajo. Resolví zafar como los grandes y desentenderme del comentario. Funcionó. Al amanecer, mi prima y Claudia decidieron ir a sus respectivos hogares a recolectar lo necesario para el viaje y verse 3 horas después. Me despedí de mi tía, acompañé a mi prima a la parada de taxis. Abordé el metro, llegué a casa y dormí el resto de la tarde.   

Mi inserción en la doctrina de la inercia me ha llevado a niveles mínimos de convivencia, por lo tanto, y en aras del más obvio patetismo, decidí pasar la tarde con mis esbirros. La promesa  trazó valientes tangentes discursivas que no le sirvieron mucho, cuando le cuestioné  aquella Julia, incógnita cuya sola mención lo transforma en hirviente tetera de celos. 

Mientras tanto, aquel talón de Aquiles que persigue al consanguíneo, que acentúa su lentitud legendaria, posó su mítica figura frente a nosotros, retadora. Nos preguntó si iríamos a alguna parte, con la intención de que la invitáramos. El tío, dormido en sus laureles familiares,  esbozó los graznidos incoherentes de un tímido toluqueño que no se adapta a la vertiginosidad citadina.

Ante nuestro despliegue de indecisión, Patricia prefirió su clase de italiano y prometió que regresaría, en busca de una determinación mayor de nuestra parte, particularmente del tío, que permaneció dubitativo sobre su árbol genealógico por varios minutos más.

En el intermedio, arrastrado por el valor escuálido del tío ante Paty,  La promesa confesó la obsesión -aquella fuerza que disminuye su voluntad-,  por insospechada compañera de facultad. El tío y yo tuvimos el desatino de emitir ligeras pero dolientes bromas e historias sobre la susodicha, precedentes a la revelación. Pero la fortaleza inamovible que protege a La promesa,  permitió continuar y dar pie a nuevas gracejadas que, estoicamente resistió.

La reina de Acatitla brillaba por su ausencia  y básicamente la razón por la yo que permanecía en la institución con aquellas dos eminencias de la derrota sostenida. Apareció un personaje atractivo pero fatuo,  tuitera estrella. Contamos lo poco que sabíamos de ella, escándalos incluidos. 

Apareció la fichera, entaconada, pero nadie se molestó en emitir saludo alguno, una pérdida de tiempo.

Desde hace dos meses, el tío y yo canalizamos a una joven colega de la facultad  de Relaciones Internacionales -si a eso se le puede llamar profesión-. La vislumbramos de inmediato y pusimos al corriente a La promesa. Miradas,  juegos de seducción:  incierto arte de la atracción que tantas mentes corrompes, engañas, acabas, ¡márchate de nuestras humildes geografías y extiende tus alas sobre  cafeterías gourmet con internet inalámbrico gratuito!

Maravillados por sus movimientos, y además agradecidos con ella por las migajas de esperanza sobre nosotros, pendientes de cada gesto proyectado, insinuado, cada temblor, finta,  prisa de esa cadencia corpórea, cada andar suyo registrado, corroborado entre la santa trinidad del fracaso que éramos La promesa, El tío y yo.

Patricia regresó de su clase, se sentó en las jardineras. Parecía una indirecta. El tío, con fuerzas renovadas, pronunció:

- Pásame saldo, voy a hacer una llamada.
- ¿Te vas a rifar? no quiero mamaditas como: 'es que no se pudo, estaban sus valedores' eh, quiero que por lo menos, regreses con una cachetada; te mandaré un mensaje desde la chamba y quiero me respondas: 'misión fallida, me abrió de capa' o 'no se dejó', la prueba de un putazo porque te quisiste propasar con ella... no tus fantamas de la duda.
- Cállate pinche naco, le voy a marcar.
- No mames, la tienes enfrente: mejor alcánzala.
- Oh, vale verga, ya le estoy llamando...

...

-  ¿Qué pedo? ¿qué te dijo? -pregunté.
-  Valió verga: va a ir a comer con sus compas.
-  No mames que irá a comer, y con el ateo: eso sí calienta....
-  Seguimos perdiendo.
-  No, no, no mames,  ¿cómo que va a ir con ese pendejo? también va su valedora, la que anda con Jerry el kreativo, no hay tanto pedo, son dos y dos (vaya, qué estupidez).
-  Oh, ya sé de quién hablas. Pero ese nombre no me sorprende, el novio de mi amiga del turno vespertino, se denomina en las redes sociales como El Negrosaurio. -exclamó La promesa, puntual.


No conforme, Paty regresó para dar el mazazo final, la estocada sutil. 

-  ¿Dónde van a estar? -preguntó.
-  Vamos al fistos -le dije.
-  Es que voy a comer.***
-  ¿Qué vas a comer?
- Vamos a las ensaladas
-  ¿Ahorita? ¿cómo crees? eso es veneno.
-  Es que ya quedé con ellos. Ustedes no dijeron nada
-  Ya te estamos diciendo: vamos al fistos.
-  Ahorita les mando un mensaje para ver dónde andan.
-  Vas a ir, ¿sí o no?
-  Mmm, ahorita les mando un mensaje, mejor.

Paty maravilló al tío sólo para alejarse con la gracia de un ángel terrible, que domina el evangelio de le sensualité.  

-  Aleatoria -comenté.
-  Azarosa - contestó La promesa.
-  Escurridiza  -concluyó El tío.



Pero la tarde era joven y la providencia nos envió, como premio de consolación, una encuesta.

-  Buenas tardes, soy alumno de la facultad, ¿podrían ayudarme con una breve encuesta?
-  ¿Qué tan breve? -le digo.
-  Ah, son 8 preguntas, nada más. 

Distingo  a la reina de Acatitla que se aproxima y pienso en las potentes palabras del prosista bop espontáneo: qué extraño ángel  este que se eleva de entre los subterráneos.

Contesto rápidamente la encuesta, mientras informo quién se aproxima. Interrumpen el cuestionario y miramos hacia el horizonte.

La  desgracia del tío, lejos de ser individual y aislada,  contaminó mi porvenir: la monarca de Santa Martha caminó con la mirada inexpresiva, tranquila por la seguridad que le da su despampanante belleza. El aura religiosa con que la contemplo, además de avergonzarme, me delata: soy un láser.

El tío,  ombudsman de las causas perdidas,  señaló que la reina cometió el mismo error que yo en su afán de conducirse bajo la discreción más ortodoxa:  el instinto delator y mi centelleante toma de conciencia y temor porque me escuchó decir: ya me vio. 

Continuamos la encuesta y descubrimos que el Christian dior pertenece al grupo de elegidos que se reúne frente a la cafetería.  Le pregunto sobre sus campañas de proselitismo dentro de la universidad  y se censura: primero dice que para criticar, hay que conocer, bueno,  no criticar exactamente, sino para saber si algo te gusta o no, primero debes leer la Biblia. Le comento que estoy familiarizado con los rituales cristianos, mi padre bla, bla. Parece contento. Dice que en la escuela respeta las distintas creencias. Le sugiero que los aborde en la entrada del buchacas. Me dice que está elaborando la encuesta para conocer qué piensan los estudiantes sobre la Biblia.  Agradece la ayuda y se marcha hacia los pastos de la palabra.

Los romanos fueron maricas: todavía tiene ojos


-  Cuando te aborda un cristiano,  hay algo aquí que va mal -comentó La promesa.
-  Y sí -respondí.

El hastío que a continuación nos persiguió, tuvo efectos tan marginales, que no sabíamos qué hacer con él: por una parte, podíamos abandonar la nave; iría al trabajo, cerraría la semana desde la oficina,  y ellos, en sus domicilios,  ahogarían el llanto entre su almohada. Pero, ¿para qué? la derrota sólo se pronunciaría aún más. Todavía quedaba esperanza, no existía posibilidad, salvo aferrarse.


-  ¿Qué pedo? ¿la esperas o qué? - pregunté al tío.
-  Yo ya renuncié, no puedes perder si no esperas nada.
-  ¿Crees que te llamé?
-  No me voy a fijar.
-  Deberíamos formar una banda que se llame: The Deadcocks. 


La compañera de RI se pavoneaba por el pasillo. Pensé, por unos segundos  que era una buena oportunidad para generar entre tanta pérdida. Ni modo que, cuando  hablara a la redacción para reportarme y  preguntaran el motivo de mi ausencia, respondiera:

-  Bien, gracias. Lo que pasa es que todavía estoy en la facultad, perdiendo.
-  ¿Que qué?
-  Sí,  estoy perdiendo con dos amigos y se me hizo tarde, ¿tú crees? Si quieres, envíame las notas por correo electrónico y las trabajo desde casa...

Para romper con la aplastante monotonía, en palabras del tío, fuimos a cambiar el agua al canario, para ver si nuestra suerte mejoraba. Una de las derrotas más crueles: ni siquiera movimos un pelo para que semejante pesadumbre cayera sobre nosotros:  de la posible ganancia del tío, al hartazgo ante cualquier cosa, sin esperanza de cambio.

-  En momentos como éste,  me pregunto ¿por qué terminé con M.?
-  Ahora sí: ya valió verga -dijo La promesa.
-  Tenía buen gusto para cualquier cosa, me entendía, pero sobre todo, me aceptaba.

Con aquellos aullidos del arrepentimiento, sumidos en la más profunda angustia, aguardábamos en aquel páramo ajeno a la esperanza, aquella estancia del purgatorio,  con la idea recalcitrante o cuando menos, la fantasía de que algo sucedería, un milagro por así decirlo. A la escena se sumó Chingaski, otra alma doliente, fugitiva de la cordura. Nos saludó desde la distancia y prometió volver. No lo hizo.

Como golpe de gracia, mientras exclamábamos que nada más podía salir peor, nuestro querido compañero, el Calderón, cruzó, para pisotear la reserva de dignidad, tomado de la mano de su novia.
Decrecían los argumentos incisivos, el deterioro de la gracejada era, con cada segundo que nos alcanzaba, más evidente.


 Todo esto ocurrió un caluroso viernes de abril,  con el El tío y  La promesa, en una especie de resignación indulgente que, como suele ocurrir, resulta de la incapacidad para cambiar nuestras vidas. Pero por alguna conjetura, irrisoria acaso, suponemos que la marea cambiará.



Nota:
Próximamente, The Deadcocks presentarán su primer EP, Valiendo Cabeza, en vivo desde el auditorio José Vasconcelos. Boletos en jefatura y servicios escolares.



Pista 1: Ando perdiendo
      Pista 2:  Ponte verga (atrás)
     Pista 3: ¿Qué vas a comer?
     Pista 4: Muñeco en la rosca
      Pista 5: La Reina de Acatitla
Bonus tracks: Esquiva y Me gustas cuando callas




***Vulgarcito dice: a comer verga.

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