jueves, 7 de noviembre de 2013

ARTURO YA NO ESCUCHA MÚSICA


Hace dos semanas  vendí mi teléfono móvil,  breve biblioteca musical. Con él se fueron munditos que edificaba cada día durante el camino a la universidad y después a la redacción.

Podría decir algunas cosas interesantes, como la gran noticia -profesión, no me persigas-, de que  Mercy y yo estamos juntos de nuevo, pero creo que hay cosas íntimas sensibles todavía, así que iré por otro sendero.

Mañana cumplo 26 años. Tuve un momento de confusión y ya estaba cantando  que cumplía mi cuarto de siglo. Lo siento,debí festejarlo hace 364 días. Llevo la chamarra que Mercy me ha regalado por mi cumpleaños. Es tan confortable que la usaría a plena luz de día.

Los autos no avanzan. Me pregunto si habrá evento o marcha. Mi editora dijo que una marcha cerró Reforma. Tendré que llegar hasta el auditorio para descubrirlo.

Mientras camino por la avenida,  luces blancas que emiten los postes se reflejan en la cabeza calva de un oficinista que va adelante. Intento ver su cara, pero no voltea. 

De repente, entre la luz artificial y los edificios corporativos, con la noche decorando mis pensamientos, escucho las voces de los transeúntes. Con cada paso, recuerdo el torbellino de frases que al azar  he recibido desde que  entregué a Eder mi celular. Llevo  aislado mucho tiempo.

Quiero conocer el mundo, pero mis bolsillos están vacíos. Quizá por eso empecé a leer: comprendí cuánto costaría mi sueño de recorrer la tierra ante mi condición de clase baja y elegí la forma más barata para visitar universos fantásticos.


Llevo puesta la gorra de mi abrigo, mantiene calientes mis orejas. Pero  desespero, algo no está bien. ¡Quitate el gorro! me digo. Después de hacerlo, caigo en la cuenta: ¡por fin puedo escuchar! Las conversaciones llegan en su totalidad. Es como si una orquesta con instrumentos de la naturaleza iniciara la función. 


Los autos apenas se mueven. Cruzo el semáforo y a la banqueta se incorporan señoras que aprietan el paso. Otras mujeres descienden de automóviles de primer nivel, audis, camionetas, mercedes. Da la impresión de que no recuerdan cómo caminar rápido, como si en su rutina,  la prisa no fuese un elemento reconocible.


Llego al auditorio. Una señora abre la puerta de su passat y le dice al vigilante: voy al lunario. Miro al policía y escucho la respuesta. La manda directito a la chingada, pero con cortesía. Aún no entiendo por qué los ricos -de cuna- amedrentan tanto a las personas comunes y corrientes, ¿serán sus modales? ¿la ropa? ¿su olor? ¿la comida que han probado? ¿su digestión? ¿el poder que podrían invocar si así lo quisieran?


Ahora recuerdo una frase que escuché la noche anterior: piensa en lo positivo que ha sido no tener dinero.

Piensa en lo positivo que ha sido no tener dinero. Lo repito con voluntad religiosa. 

La pantalla anuncia que Alejandro Fernández se presentará el 7 de noviembre. Ahora todo tiene sentido. Ese imbécil es la causa de semejante alboroto.  Ahora entiendo la marcha forzada de las señoras ricas. 

Mujeres de todas las edades. Una hermosura de cabello negro se apea del auto y espera a un tipo nulo. Lo toma de la mano y emprenden hacia las entradas del auditorio. 

Casi puedo escuchar  los gritos de las mujeres cuando aparezca en el escenario el potrillo. Los que sus ojos capten servirá para rozar con la imaginación millares de clítoris. ¡Cuánta energía! ¡Cuánto poder tiene el zopenco cara de caballo!

Tras alejarme del auditorio, aún sobre reforma, el tráfico fluye. Abordo el primer autobus que pasa rumbo a Chapultepec. 

Suena la radio y unos locutores hablan sobre un festival de las luces. El locutor principal anticipa que mañana Susana nos contará cuáles fueron los presidentes mexicanos que vivieron en el Castillo de Chapultepec.


Interrumpimos este programa para un anuncio de nuestro comediante involuntario cosanguíneo:
¿Quieres ir a ver a Jaime Camil? Sabes que lo voy a hacer. Tú sabes que no me gusta el cine mexicano. Te dije: vamos a rentar Anna Karenina y qué me dijiste: ay no. 



Espero el siguiente autobus sobre el circuito interior. Suena Bon Jovi: como yo, como yo, nadie te ha amado. Durante el camino a la oficina, me reí como un maniaco mientras escuchaba el remix de baladas. De Woman a Zombie. What's going on?La mezcla más absurda. I'll be you dream, I'll be your wish, I'll be your fantasy...

Mientras avanza el autobus, estudio  a los pasajeros. Retazos de información van y vienen.

"Es que hay 'manifestación', esperemos que acabe pronto".

Qué espanto el empleo del verbo manifestar. Mientras yo la cuido, la uso para referirme a  las expresiones más profundas del pensamiento, está señora la usa como sinónimo de una vulgar y estúpida marcha.

Más publicidad, más caos, velocidad, más puentes. Me pregunto si aceptaría mi destino ante un accidente o gritaría a la espera de un milagro.

Ahora pienso en Mercy. Mi ancla en el mundo. 

¿Cómo es tan insegura y al mismo tiempo llenarme con tanta felicidad cada vez que estoy con ella? Si tuviera la certeza de que hago feliz a alguien quizá me sentiría mejor. No digo que no. pero nos falta recuperar el tiempo perdido.


Yo no puedo ser así, no puedo ser ese novio psicópata que te llama cada 5 minutos.

De nuevo en la tierra. Sube un tipo tullido por la parte trasera. Apenas puede sostenerse. El chofer solicita su pasaje. Camina como puede hasta el frente y dice que va a Tacubaya. Estamos en la estación Valle Gomez. Frena el camión. El sobresalto. Silencio. Respira. Desciende el tipo, más desorientado que nunca.

Ahora recuerdo que le escribí mi último mensaje a Mercy con tono molesto. La verdad sólo quise dejarla en suspenso y que me llamara a casa o que se apurara. No fue mi intención dejar las cosas como final de telenovela, pero mañana es mi cumpleaños y sé que no se molestará conmigo, yo no lo haría.

No tengo 500 o 600 pesos para invitarte a un buen restaurante a comer sushi cada semana. Yo no soy así. ¿Qué? ¿el volcán no tiene grasa? ¿el sushi no tiene grasa? ¿Eso qué? ¿Cuándo fuimos otra vez? Si las pides sin grasa, te las hacen sin grasa.