jueves, 18 de abril de 2013

LA SALIDA

Todavía recuerdo que fuimos a esa chingadera de lugar con tal de cotorrear.


A Daniel lo topo como tres veces al año desde que terminamos la preparatoria. Normalmente escogemos un lugar al  que caigan mujeres, para no estar como pendejos viendo cabrones malencarados y porque así está implícita la ilusión de alzarse campeón entre los perdedores que conformamos el clan.

Nada más dieron las 10 de la noche y ya estaba chingando por teléfono a Daniel  para que pasara por nosotros en el "travieso imperdonable".

Semanas antes, una 'amiga' me pidió  como el gran  favor de nuestra amistad, la súplica suprema,  que la acompañase a la colonia condesa  para fungir como su chivo expiatorio, por motivo del cumpleaños de un vato que  la hostigba  y  que sólo quería como un amigo. 
Llegamos al bar y el tipo estaba solo, mirando la mesa de billar con una 
cerveza en la mano. Fue tristísimo. Nos dimos la mano, no hablamos mucho. Ana me contó durante el viaje al bar que lo conoció por amigos en común y que no sabía cómo decirle que no significaba nada para ella. Mencionó que su boca apestaba y odiaba cuando le hablaba directamente a la cara. Al principio me negué:

- Yo no voy a esas chingaderas -le respondí, tras su invitación.

Sin embargo, Ana insistió tanto, que accedí con la condición de que ella pagara nuestro consumo y que no se preocupara, sólo pediría una cerveza o dos como acto simbólico que declaraba 'no quiero hacer esto'.  

Ana presentó en voz alta a O.  como diseñador gráfico y añadió que yo era escritor. Para cambiar el tema y evitarme pláticas pendejas como los libros que él había leído, inocentemente, le pregunté qué diseñaba y enseguida el torrente de proyectos  para las marcas que había trabajado, arrasó como un tsunami con las costas de mi paciencia.
- Pues fíjate que soy creativo, encargado de la publicidad de Coca-cola, Procter and gamble, Colgate, Doritos etc. Ahorita estoy en un proyecto para...

 Supuse que no se detendría. El macho alfa trató de intimidarme con su ridículum, pero la verdad es que  a la quinta marca ya no lo escuché. Me dio la impresión de que se encargaba de toda la publicidad en la televisión. Era un tipo exitoso, pero solo como en los anuncios del metro.  A la escena se sumaron dos parejas y entonces  entendí por qué O. no conquistó el corazón de Ana: durante el turno de un invitado, O. lo abordó por detrás  justo antes de que éste completara su tiro e hizo un enorme esfuezo para levantarlo por la ropa interior, o lo que es lo mismo: le aplicó calzón chino. Por supuesto, Ana reprobó su comportamiento idiota e infantil, mientras que O. se divertía como niño.
 La primera pareja se marchó. Ana y yo acordamos permanecer  media hora más. Ordené la segunda cerveza. O. le rogaba con los ojos a Ana. Pensé que en cualquier momento sacaría una guitarra escondida debajo de la mesa y comenzaría a interpretar Contigo de Los Panchos. No tuve necesidad de abrazar a Ana ni nada por el estilo. Lo despreciaba con tanta naturalidad que recé a Dios para que no me involucrase otra vez con una arpía tan insensible como ella.



Pobre O., la deseaba como perro de carnicería

Sin embargo, varios meses, comidas y regalos después, O. se convertiría en el amor de su vida porque 'supo ganársela'.
Ese día vi un montón de mujeres guapas, y como aquella vez bailé con la más fea, me sentí con la obligación de regresar bajo la actitud 'no soy su pendejo'.

En el camino,  acompañados por melodías provinientes de VU  y aderezada con una profunda discusión sobre las compañeras y conocidas que "nos chingaríamos a la voz",  lo primero que noté fue que las mujeres  estaban vestidas todas iguales con colores diferentes, pero con la intención de ser distintas a las demás. Nada nuevo bajo el sol.  Primera misión fallida de la noche.




Proponer un lugar en el que nadie se va a sentir a gusto ni para pararse a mear por miedo a parecer  demasiado morboso, es lo que  nos pasa.  Carlos siempre me contesta que hable por mí. Cuando lo evitamos, es nada más para hacer de la regla una excepción y lucir menos pendejos. Nadie reclama nada y así se logra el consenso.

Y ni rocola había.

Bueno, la botana a la que estamos acostumbrados era muy diferente a la que servían en el bar "Malafama".  Por poner un ejemplo, las palomitas no estaban 'tostadas' como en el Jarritos,  es más, ni palomitas había. En cambio, te ofrecían 'algo de comer' o según el pizarrón, 'snacks' que consistían en sandwiches, chapatas, alambre y uno que otro corte argentino, preparados elegantemente, con los más selectos alimentos  para que no sintieras el atraco de 85 pesos -lo más barato- tan pasado de verga. Incluso vi batos comiendo  antes de ordenar el vicio. Me quedé perplejo (y pendejo).  

Para su mala suerte, la mesera que nos atendió era muy bonita. Ojos grises y ni una espinilla; nada de maquillaje, solo brillo en los labios.  Apenas se marchó para regresar con lo que ordenamos, intercambiamos pendejadas qué decirle a ver si salía el 'conecte' y con un poco de suerte, toparla otro día.
Ordenamos otra ronda y aún no decidíamos qué preguntarle. 'Está chambeando,  no seas cabrón', '¿pa' qué se renta? son los gajes del oficio', '¿quieres ver cómo me apesta esta madre?' fueron los primeros borradores. Después acordamos estar más destruidos para entablar una conversación menos atropellada.

Subí al baño y tuve  que formarme. Con ánimos de encontrar acción en el caldo de cultivo, aventé el escáner desde la fila hacia todos lados, hasta que reconocí a mi ex novia y a su bato, sentados en la esquina del segundo nivel.
'¡Hazme el chingado favor!' pensé. Entré al baño como si nada, oriné,   jalé la palanca,  lavé mis manos haciéndome el natural y salí sin voltear hacia el punto en cuestión. 'Me voy a dar a desear'.

Bajé y en corto les conté a mis damas de compañía quién se encontraba en el primer piso. Estimulados por la discreción que les caracteriza, subieron a corroborar los hechos.
- ¡No mames, está con el Christian Dior! -Dijo Daniel.
- Yo pensé que esos cabrones no tomaban. -Le contesté-. Pero por mí no hay falla: me viene valiendo verga.
- ¡Ay, ay, ay, sopita aguada! -me dijo Carlos.

Seguimos cotorreando a la espera de que bajara la susodicha para jugar billar con su caifán, lanzarle un cambio de luces para que 'viera qué pedo', pero ya no la vimos.

La mesera simulaba un zíper y sólo se acercaba a tomar la orden. Más de uno pensó que  estaba haciéndose pendeja, pero ni modo de aventarle la pesada tan temprano.
Carlos dijo que si alguien la hacía de patiño, él se rifaba como los grandes.
Y sí, efectivamente, a la siguiente ronda, le preguntó su nombre (Karla) y cuánto tiempo llevaba trabajando.
 - Tengo poquito, como 2 meses. -Dijo.
- Ah, órale. - respondió aquél.

Pedirle su teléfono nos pareció la peor de las ingenuidades, así que optamos por que pedirle la dirección de su myspace. Lo peor del caso es que pensábamos que lo estábamos haciendo muy bien.
- No tengo.
- ¿Hi5?
- Tampoco.

Con el pretexto de ordenar algo,  hacíamos otra pregunta sobre la misma línea cuando regresaba.
- ¿Fotolog?
-¿Qué es eso?
- ¿Blog?
- Casi no me meto a internet.

Para no vernos (más) muy pendejos, le hicimos la broma de un spot del INEGI que decía: 'oye lo que pasa es que somos del INEGI, gracias por recibirnos'. Cosa que nos pareció una chingonada para salir bien librados, pero la verdad es que ni un pedo nos aventó, salvo la certeza de que sí se reía con nuestra insistencia.

Salimos del Malafama con una cuenta de 738 pesos y la mejor propina (última esperanza) que dimos en mucho tiempo. Carlos y yo pagamos porque Daniel  andaba corto y faltaba la gasolina. Además, el hambre es canija  después de amarrar la tripa por tres horas.

Pasamos por la calle de Nuevo León, desde lejos distinguí la esquina con varios antros de moda (PM, Artic Bar, Pata negra y otros nombres ridículos que ya no recuerdo). Mucha gente afuera; unos esperando la oportunidad para ingresar, otros fumando. Todos vestidos con sus mejores garras.

- Date la vuelta y pasa lento. -le dije a Daniel.
- Ya estás. 
- ¿CUÁL CRISIS? 

 Algunos voltearon con cara de desagrado, como si hubiesen olido mierda; otros por mero instinto, pero ninguno respondió aunque avanzamos lento y con esperanza de una respuesta ingeniosa. Nada. A lo mejor no les importó. Tal vez lanzamos un truismo y nos respondieron en silencio, pero pa' mí que eran culeros.


Esa misma noche, como buen dipsómano que se respeta, acudí al apartamento de A. Mientras ella bajaba las escaleras, decidí largarme.

Dos meses después, regresamos recargados, a la búsqueda de la mesera,  pero ya no la encontramos. Gracias por participar.

Ahora, la mayoría de nosotros tiene látigo. Visitamos los lugares menos llamativos donde  conservadas meseras de 40 años,  en minifalda y con playeras del quincuagésimo aniversario  de Raphael en el auditorio nacional, te ofrezcan  palomitas tostadas, mientras te avisan que ya sólo quedan  cervezas indio o dos equis lager.



El extremo parecido entre el intérprete y su servidor es pura coincidencia

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