viernes, 17 de mayo de 2013

EL HAMBRE ES CANIJA


Ocuparse implica  nerviosismo,  errores, experiencia,  convivencia, aprendizaje y  muchas  conversaciones cotidianas. El arte de saber escuchar, a veces puede ser un tormento si estás en el lugar equivocado.



Dicen que el hambre es canija. Y peor el que se la aguanta.  Y aún más el que se empina.



La historia comienza en la redacción de mi primer trabajo serio, formal como se suele decir, que es donde he pasado las tardes de mis últimos dos meses. El giro en negocios y finanzas proporcionan nuevos conocimientos que, si bien me deprimen y cuestionan la vida que llevo, también dibujan una perspectiva distinta, arista de otro conglomerado social que habita  en la Ciudad de México.

Perfil corporativo


Colaboro con una élite informativa, robusta pero amable en su discurso. Los golpes de pecho que me di durante los primeros días, se han convertido en una suerte de consuelo ante la senda que se revela frente a mí. ¿Cómo sucedió? ¿De cuánto fue la mordida? ¿No que no tronabas pistolita?

 Mi nuevo discurso


Llegué a la redacción por mi mejor amiga. El contacto me lo pasó de un día para otro, las entrevistas pertienentes ocurrieron en los dìas subsecuentes y como si hubiera sido cuestión de un parpadeo, me encontré  levantando notas de 4 a 8 de la noche, de lunes a viernes desde las lomas de Chapultepec.

Las primeras semanas, llegaba temprano,  antes de la hora, con mi traje y la camisa planchada. Anticipación era mi primer nombre.  Nervioso como la chingada. No me atrevía a mirar a las chicas de la oficina. Ahora tampoco, pero ya me aviento una que otra mirada indiscreta cuando estoy seguro que nadie me ve. Llego tarde, pero siempre es accidental. Lo juro. Procuro participar de vez en cuando y la voz se me corta entre la sumisión y la pena.

Aprendes más cuando escuchas y finges que haces algo: te enteras de cuántos millones manejan los de administrativo, si ya les pagaron la publicidad del mes pasado. Que 50 mil pesos no les sirven para nada. Los cuadros bien chingones que adornarán próximamente las paredes blancas. Las que se quieren casar. La lista de la despensa  de la secretaria de administrativo. Si su hijo pasará por ella.

 Con los que más me identifico son con los mensajeros, porque cuando entran a la oficina y descubren ese pequeño cúmulo de perfumes y piernas torneadas, blondos cabellos, y se dirigen a ellas con un respeto que ya quisieran ver sus madres y novias,  me veo a mí mismo el primer día. Tienen esa mirada del barrio que yo perfectamente conozco. Se llenan impresiones que jamás podrán compartir con aquellas personas. Y abandonan la redacción, pensando: pinches huevones.

La era digital apertura nuevas posiciones en el campo de trabajo. Uno de aquellos nuevos puestos es nada más y nada menos que la labor de community manager. La vacante tiene entre sus funciones la ardua y engorrosa tarea de manejar las cuentas de la empresa en las redes sociales.  Además de sorprenderme por su breve  y ridículo ascenso en el organigrama corporativo,  es curioso que el puesto en mi lugr de trabajo sea ocupado por un egresado de mi facultad. Apenas me enteré y  me pregunto cómo fue que llegó ahí, si disfruta su trabajo y por qué si tanto le interesa el rock  y la literatura, después de varios años en el rubro empresarial, continua  haciendo algo que, si bien no le irrita hasta la gastritis, tampoco es su sueño profesional.








El resto de las compañeras en la oficina, son amables, escandalosas como un perico  sin alimentar, y la mayor parte del tiempo ni siquieran se molestan en darme las buenas tardes. Me conformo con las faldas que usan, la gama de colores que emplean para cubrir sus torneados cuerpos. Las conversaciones que sostienen durante las horas de comida,  no se las deseo ni al peor de mis enemigos. Ni siquiera a la futura -¿actual?- pareja de de mi ex novia. Dios me libre de vivir mucho tiempo bajo su yugo.

- ¿Conoces a los Molina?
- Claro, Pepe es mi mejor amigo.
-  Son como cien primos. Puro guapo.
- Güey, fracaste en la vida si chicharito no tiene tu número.
-  Pobrecito, siempre le piden dinero para negocios y nunca ve un peso.
- Creo que tuvo leucemia de niño y por eso su cabeza no se desarrolló bien. Su mamá tiene una fundación.
- Es súper perro.
- Siempre lo veo con un buen de niñas que lo quieren nada más por su dinero.
- A mí me dijo una vez que quería que fuera su esposa.
-  Sí, con todas se quiere casar, pero nadie le hace caso.
- Oye, el fin de semana tengo una fiesta cool. Si quieres, puedo tomar fotos y así. 

Tras un breve periodo de exposición, comprendí que cool significa lo que hasta hace unos años se conocía como "gente bien" y que a su vez se refiere a gente no nada más adinerada, sino de alcurnia generacional, familias que no son ricas de la noche a la mañana y que el estilo les brota por los poros. Tengo la impresión de que cualquiera de aquellas hermosas y fastidiosas mujeres aceptaría la pobreza de buena gana  si en su descenso social incluyeran a todos sus amigos, conocidos y familiares.

Temas de oficina



 La lucha interna persiste, no estoy diciendo que ya me adapté, tampoco soy el orgullo de Darwin. No voy a negar que he aprendido diversos sustantivos especializados, sinónimos técnicos para referirme al dinero, muy útiles al momento de elaborar un sumario, pensar títulos cada vez se vuelve menos complicado aunque a veces mi jefa siempre me da mis cápsulas de periodismo actual.  Cada semana aprendo pequeñas mañas que pulen mi redacción casi siempre económica. Entiendo conceptos y si no puedo, por lo menos los investigo, pero sobre todas estas ventajas que he mencionado, la mejor de todas, sin duda alguna, es que puedo revisar abiertamente las redes sociales en cualquier momento,  es parte de mis funciones.

A veces, así me siento en el periodismo de negocios



Pese a mis lamentos silenciosos, mis padres son los más contentos:  posiblemente piensan que esta vez sí se librarán de mí, que sus finanzas prosperarán  mientras extiendo mis alas y ejecuto las piruetas laborales que  consolidarán mi confianza en el mercado laboral. Dejaré mis cándidas diatribas para otro momento, con la convicción de que no porque me guste lo que hago, sino que  ¡no tengo tiempo para escribirlas!


La buena noticia es que todavía sigo sin saber qué voy a hacer con mi vida.



Sabias palabras



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