viernes, 22 de marzo de 2013

EL MANDADO

Llego a casa con la panza pulsante por comida.  Lanzo todo mi mugrero de la escuela a la cama. Me dirijo al baño. Lavo mis manos. Sonrío frente al espejo con mi habitual optimismo.  Tomo asiento en la mesa y, con la elocuencia que me caracteriza,  pregunto a  mi madre: 

- ¿Qué hay para comer? 
- ¡Ah qué bien chingas, cabrón! Albóndigas con arroz - contesta.

Como si se tratara de un reo de poca monta, encarcelado en un penal de mínima seguridad al norte del país, dejo escapar una sonrisa.  Me cercioro de que las esféricas de res estén en salsa de chipotle. Afirmativo. El arroz es blanco. Busco,  bajo la desesperación más profunda, una bolsa de papel con bolillos.  

- Nomás hay tortillas. ¿Quieres? ve por ellos - añade.

Miro el televisor, aquel gigante tímido McLuhaniano, sintonizado en el canal número trece. Patricia Chapoy comenta la colaboración de Joan Sebastian con un músico estadounidense. Busco el control. 



-  ¡No le vayas a cambiar, eh cabrón! no seas arbitrario.
-  Oh,  nomás termino de comer y le regresas.
-  No, no, no: yo la estoy viendo.
-  Ándale...
-  Bueno, pero ve por un refresco a la tienda.
-  Órale.
-  Pero... pon la mitad, porque no tengo cambio.

 Rara vez bebo refresco. No quiero hacerme el exquisito: disfruto un buen vaso con agua fría. Ya ni considero los datos que he recibido sobre las empresas refresqueras, sus lamentables políticas alimenticias y económicas.  Sin embargo,  debo decir que  los elementos que componen mi árbol genealógico materno, son serios y comprometidos consumidores de bebidas gaseosas. Bodas, bautizos, cumpleaños,  primeras comuniones, confirmaciones, quince años, funerales, en fin,  no importa el carácter del evento que convoque a mis parientes, indiscutiblemente estarán presentes los líquidos efervescentes en todos los sabores  y tamaños. Luego está  su predilección por las cubas: esa amalgama nefasta me proporcionó los suficientes testimonios familiares (los tíos que se caen de borrachos; los chistes sexuales de las tías; ; los primos que retaron a sus padres, armados por el valor etílico; los menores de edad borrachos a escondidas; mi madre bailando el mariachi loco...) para detestarla. 

Soundtrack de mi infancia

  Aunque no lo recuerdo,  podría apostar  a que mi familia hidrató a todos mis coetáneos, desde las etapas más tempranas de su existencia, con las aguas negras del imperialismo yanqui. La mamila con refresco de cola se convirtió en el calmante  no recetado de mi generación. Y todavía me pregunto ¿por qué padezco  gastritis, si aún estoy en la flor de mi juventud? 

Padres: están haciéndolo bien

  Cojo las llaves y el cambio que me sobra. Salgo del apartamento y en el pasillo ya me espera Osiris, el perro de la vecina, aquella poetiza del muralismo, posible reencarnación de Sor Juana Inés de la Cruz y José Clemente Orozco. Bendito dios, la reja que separa nuestros condominios me salva de las garras del dios egipcio. Continúan sus ladridos incluso después de que abandoné el edificio: desde afuera lo oigo.

Desde hace tres o cuatro meses, inspirada por Estados Unidos,  La Huasteca -tienda de mi preferencia-  inició un bloqueo sobre  los  productos que me gustan y por los cuales, acudo a ella. Ya no surte los totopos en salsa verde de la pequeña empresa que los hace, y la única  marca de refrescos que realmente disfruto,  que para fines no comerciales llamaré  Monteleal,  fue limitada a los sabores de fresa y manzanita, mientras que mis favoritos son los de manzana y sangría. Ante tales circunstancias, me he visto en la penosa, traicionera necesidad de acudir a otros establecimientos en busca del precioso líquido, en particular a la tienda de oriente 85, con todo y que el hijo de la dueña me contesta más a huevo que de ganas. 

La Huasteca

Pues, como iba diciendo, camino hasta la esquina y le pido al joven dependiente un monteleal de dos litros de manzana o sangría.

- Sólo tengo de Naranja.

Cualquiera pensaría que una colonia con abundantes misceláneas debería ser motivo de agradecimiento.  Me dirijo hasta la setenta (vivo en la 66) tras haber agotado las opciones más cercanas. No maneja monteleal. Dejo mi orgullo atrás y llego hasta la Pily,  pues la hija de la dueña me gustaba en mis años de adolescente, hasta que se embarazó. 

La Pili

- Que no esté Oliva, que no esté Oliva - voy rezando en voz baja.

- ¿Qué te voy a dar, hijo? - me pregunta su mamá.

Le digo y me contesta que no tiene. 

- ¿Voy hasta la casa de Eder? No chingues,  no voy a ir hasta Molina. Mejor me lanzo al OCSO de congreso, seguro que allá sí tienen y  mientras pregunto en las tienditas que hay de camino.

Paso por mi calle de nuevo, que ya la veo como checkpoint de videojuego. 

- ¿A qué voy a la Huasteca? ¿para que me salgan con sus chingaderas? 

Avanzo hasta oriente 87. Llego a la tienda de doña lucha, donde antaño jugaba maquinitas después de la secundaria. No hay nadie. Me asomo al refrigerador detrás del mostrador, con el temor de que me vean y piensen que me quiero robar algo. Ni sus luces de la doña. Pura agua mineral. Continuo la marcha hasta la tienda de conveniencia  y entro. Pomos bloquean los pasillos, tengo que ir hasta el último. 

doña lucha

SIGA PARTICIPANDO, parecen decirme los anaqueles del OCSO sin Monteleal.

- Ya no es por el refresco, ¡es por mi dignidad como ser humano! El sistema no me someterá, no consumiré sus migajas, sino lo que busco - digo para mis adentros y me siento convencido por mi propio discurso- En el mercado a huevo que hay.

Llego al mercado de la río blanco. Pregunto en todos los locales y me dicen que vaya la tiendita del final, que allí venden.   Acudo a la susodicha  y el vendedor me dice que nomás hay de fresa. Conservo la calma y voy  a la salida del mercado. Me encuentro con la güera, mi gran amor de la secundaria.   YO NOMÁS VENÍA POR UN MONTELEAL DE DOS LITROS

Mercado 

- Esto ya se volvió personal. Me vale madres si tengo que ir hasta el güolmart,  no le hace que mis albóndigas queden todas culeras, pero tengo que encontrar el chingado Monteleal de manzana o sangría.

Ruta a güolmart

Cruzo congreso de la Unión sobre oriente 91. En la esquina de la 60 hay una tienda. Finalmente, encuentro Monteleal de dos litros: un envase de sangría y otros dos de manzana. 

"Me llevo el único de sangría y  de paso se la aplico al próximo pendejo que busque de ese sabor" pienso mientras sonrío, orgulloso de mi pírrica victoria.

- ¿Cuánto le debo, joven?
- 14 pesos.

Cuento peso sobre peso. Dos, cuatro, siete, diez, doce... 

- ¿Cuánto me dijo?
- 14 pesos.
- No me alcanza,  gracias.

Salgo de la tienda de raya. Con 12.50 pesos en la mano, miro al cielo y me pregunto si seré la función estelar. 

Tienda de raya, La Gardenia


PUNTO SIN RETORNO

Confiado de que los comerciantes respetarían el IPC, salí de casa con 1.50, según yo, "de más", porque en la Huasteca lo pago en 11. Ante tales circuntancias, decido ir hasta plaza tepeyac, ya que en el supermercado, tienen los precios más bajos siempre.  Cruzo norte 60. Paso  por los caldos de gallina.

- Mi mamá no me creerá cuando le diga hasta donde vine. 

Ya pregunté en alrededor de 15 tiendas. Me río para no llorar. En la banqueta de enfrente, un local. 

- Si ahí no tienen, ya me voy sin escalas hasta tepeyac.

Entro al diminuto loca. Suena Uno solo, de Frankie Marcos. Le pregunto al señor que despacha por el refresco y me dice que abra el refrigerador de la izquierda, en la parte de abajo. Sólo veo de naranja y fresa. Saco el resto y hay dos de manzana. Tomo uno.



- ¿Cuánto le debo?
- 11.00 pesos.
- Aquí tiene, gracias.

El camino de regreso fue silencioso. Conforme cobraba conciencia de mis actos, más estúpido me sentía.  Llegué a casa. Mi madre ya hasta estaba en su cuarto. Mis albóndigas,  secas. Me serví un vaso con Monteleal y comí mientras veía ventaneando. Al parecer, Diego Luna se divorcia...



P.D.: Ningún envase de Monteleal fue lastimado durante la búsqueda.
P.D. 2: El arte de buscar, parece ser la justificación de mi entrada.

1 comentario:

SE VALE COTORREAR