domingo, 24 de febrero de 2013

MEJOR NO HABLAR DE CIERTAS COSAS


  La comodidad es un hábito que, como individuos interactivos en sociedad, fomentamos hasta la náusea. Eso sí, nos pronunciamos en defensa de la libertad de expresión cuando alguien dice que ésta corre peligro, y lo tomamos muy en serio: enviamos tuits, compartimos una imagen en las redes sociales, nos indignamos hasta la médula. 


 Vivimos ocupados la mayor parte del tiempo, anhelamos descansos, por breves que éstos sean. Pensar en los problemas que nos atormentan, tampoco es uno de nuestros rasgos más característicos como seres humanos, pero sí en sus consecuencias: el hambre, la delincuencia, el desempleo, los fraudes, legislaciones a modo, las enfermedades etc.

Los lugares comunes, me temo, son lo primero que nos enseñan.  Con preocupación, confieso que un amplio número de profesores son responsables por ello: 'aprendemos' que una imagen vale más que mil palabras. Que el socialismo es Marx y que José Stalin fue marxista. Nos comparten frases de superación de Bill Gates para enseñarnos que la vida es dura, hasta para hombres muy éxitosos.  Que debemos ser imparciales al momento de escribir la nota. Nos presentan a Denise Dresser como intelectual de izquierda, con todo y sus trajes Chanel. Que la izquierda mexicana es coherente. Que eso es izquierda. Nos han dicho que Hugo Chávez es un dictador porque revocó  la concesión de una televisora que apoyó el golpe de Estado contra el presidente.  Que los ateos rezan cuando están a punto de morir...



Del semestre en que cursé arte y comunicación, recuerdo  cosas tan inconexas entre sí, que si me río, es para no llorar. Aunque reconozco que la profesora era amable y muy buena persona conmigo -en términos estrictamente académicos,  tampoco hay que ser mal pensados-.  Con otros profesores aprendí que la frustación y fracaso del personal docente no es motivo para decepcionarme y que al final del túnel, hay luz. Pero no para todos.

Ya dije en la entrada anterior que el arte puede funcionar  como una voz de denuncia. Y el periodismo también, pero con otras intenciones: pobremente, juega al vecino chismoso del gobierno. Creo que el periodismo busca un Estado más eficiente y mete su nariz donde no debe, con tal de conseguirlo. De nuevo voy por las ramas.

Si bien las denominadas bellas artes y las nuevas formas de expresión han rebasado los análisis de viejos teóricos,  las personas aún permanecen en la superficie discursiva. Para poner un ejemplo de temporada, la entrega de premios Oscar (a esta entrada pensé intitularla SOBREDOSIS DE TV, pero no quise colgarme del momento), representan el status quo social en su mejor forma. Se habla de ellos, se aceptan o se niegan a los ganadores, pero el tema oscila sobre ellos. Un negocio rendondo.  Ya estoy imaginando las primeras planas de los periódicos mañana, las pláticas en clase, los enfados, las decepciones, los berrinches, los elogios.  El arte reducido a la banalidad del reconocimiento. El aplauso,  con todo y que una academia evalúa cada película. La reducen o la engrandecen.  La aristocracia del cine para las masas y para ellos mismos.  Que con su pan se lo coman. 


Las instituciones artísticas y culturales cumplen un rol tan perveso en el arte, que si por mí fuera, preferiría que no existieran. En primer lugar porque en México padecemos enfermedades psico-sociales como el compadrazgo, el nepotismo,  la envidia,  y la lista continua. Después vienen las becas: sólo dios sabe con qué criterios las otorgan (en la práctica). Luego siguen las direcciones generales por parte de  individuos que nada tienen que ver con arte: economistas, administradores, políticos. Todos ellos colocados por razones oscuras y más tenebrosas que coherentes. No es de extrañarse, que en los últimos años, las instituciones y museos, con directores despreocupados,  son víctimas de la moda por rentar los espacios públicos destinados a la difusión artística y cultural, como salones de fiestas. Apenas el viernes pasado, la Oficina Económica y Cultural de Taipei en México usó el hogar de las musas universitarias contemporáneas en Ciudad Universitaria,  para celebrar  el aniversario de su establecimiento en México (con la obra del cineasta Edward Yang como pretexto) con meseros  y toda la cosa. ¿Salón de fiestas culturales? Hay de todo en México, supongo que deben existir argumentos a favor,  legislación proteccionista... y como no recibo nada ni me perjudica, nomás doy testimonio de lo que observo. (Y qué chingón para los meseros, que realmente no trabajaron tanto y tampoco estuvieron como trusa de meretriz: de arriba para abajo). Les dejo  imágenes como la prueba fehaciente.



 En una canción, preguntaban los Swell Maps: ¿Crees en el arte? La verdad, no lo sé.


¡QUE LAS MUSAS NOS AGARREN CONFESADOS!

2 comentarios:

  1. Lo único que puedo decir es... Negro porfa!
    Ya en serio, es bueno saber que a alguien más le cagan los oscares, una reverenda mamada (no tanto los premios en sí, si no toda la parafernalia que los rodea y el consecuente efecto narcótico en los que los miran). Los temas de la entrada me parecen algo dispersos o caóticos (#críticadestructiva),pero las opiniones y argumentos son válidos, pequeño padawan.

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  2. Hola! me agradan los temas que tocas y hasta la forma en que los expresas; pero estoy deacuerdo con el comentario anterior y creo que no tienen orden, o son muchos y nada a la vez... Saludos

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